Cracolandia

Cracolandia

Photo by Jose Félix Liébana

Photo by Jose Félix Liébana

Para llegar a cracolandia no hay que complicarse. Si te da miedo caminar por esas calles maldecidas por dios y los ciudadanos del centro de São Paulo, no cojas el metro. No te bajes en la estación de Luz, ni camines sorteando yonkis, buscadores de tesoros y olvidados; limítate a montar en un taxi y negociar un precio, unas condiciones, unas seguridades.


Disfruta del doble paisaje, el urbano desolado y el humano desolador. Protégete tras los cristales ahumados, y no prestes atención a los policías. Sé discreto como cualquier otro consumidor acercándose a su supermercado, en este caso de la droga, y si tienes valor, eres suficientemente audaz o inconsciente, detén el coche en una esquina, baja, pregunta, habla, observa sutilmente; baja la mirada y trata de adivinar lo que ocurre fuera de plano, mantén el frío y duro como una roca o como el suelo que sirve de colchón a decenas de compañeros en la droga. 

Luego, continúa tu camino. Vuelve a subir al taxi si es que descendiste y aún te está esperando, y gira a la izquierda, luego a la derecha, y luego otra vez a la izquierda. Calma la respiración y disimula la tensión, cruza una nueva barrera de policías, abandona ese São Paulo desolado y muerto y vuelve al otro São Paulo, desolado pero vivo, y pregunta, pregúntate qué te ha llevado a cruzar esas calles malditas, invisibles para todos los que no quieren ver; qué te ha aportado el viaje, si te ha hecho mejor o peor persona, si puedes hacer algo o bien te la suda todo un poco.

Porque tienes tus fotos, unas son mejores y otras peores, y no te gusta el crack, nunca lo has probado y ni siquiera conoces a alguien que lo haya hecho y pueda explicarte por qué el sendero del consume lleva hasta esas calles más allá de la degradación en pleno centro de la ciudad más grande de América del Sur, tan grande que allí todo se puede perder y todo se puede olvidar, incluso las vidas más ingratas y las historias más injustas.

São Paulo, Brasil, allí mismo, donde se juntan todos los tópicos imaginables, sobrevive también el tópico de la droga.

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