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El paisaje patagónico

Suele suceder que al llegar a un nuevo destino tengamos sensación de familiaridad, a pesar de no haber estado nunca allí antes. Una esquina de Nueva York nos trae a la memoria otra de Londres, o un puesto de comida callejera de Lima nos recuerda o otro en el que comimos en Bangkok.

Pero al contrario, también hay otros lugares que transmiten algo único. Y la Patagonia es uno de ellos. 

Cuando alguien recorre esta esquina del mundo normalmente lo hace atraído por nombres míticos: Perito Moreno, Ushuaia, Fitz-Roy...pero el entorno, aunque árido y desolado, es de una belleza tan sobrecogedora que termina por imponerse.

El horizonte lo llena todo. Definitivamente, te sientes muy, muy pequeño frente a un paisaje infinito e imponente.

Y aunque no seamos esos viajeros independientes que desafían al clima extremo a pie o en bici y durmamos cada noche en un lugar caliente y acogedor, deberíamos al menos por un día alejarnos de la comodidad y recorrer, por ejemplo, los 220 kms que separan Calafate de El Chaltén.

A través de un paisaje hostil dominado por el viento, se sucede una naturaleza extrema de grandes llanuras, ríos y montañas.

Lo que entendemos por civilización se limita a unas pocas Estancias que sobreviven alejadas de todo lo que parece razonable y cómodo, separadas por decenas de kilómetros.

Lugares como éste no se visitan; es inevitable sentirlos profundamente. La belleza de la naturaleza más auténtica es también algo que nos saca de nuestra zona de confort.