El viajero respetuoso

El viajero respetuoso

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En una ocasión, viví la bronca de un seglar a una pareja dentro de la Catedral de Florencia: Le había parecido una falta de respeto que dos jóvenes mostraran su afecto con un (casto) beso dentro de un lugar que para él era tan sagrado que no admitía esos gestos.

Después de aquello, he vivido otras mil situaciones donde, desde mi propia atalaya, he juzgado la plaga que a veces parece ser el turismo: grupos que rompen el silencio de determinados lugares, falta de educación, no respetar a la gente ni su cultura. ¡Y de los niños, ni hablamos! Además, como buen español, nada me da más rabia que reconocerme en el comportamiento de otros compatriotas, siempre ruidosos, quisquillosos e intensos. 

Por eso el otro día, en el memorial del Holocausto de Berlin, sentí una punzada al ver que grupos de jóvenes se acomodaban a tomar una cerveza entre sus losas de hormigón. No podía creerlo. ¿Cómo podían ser tan irrespetuosos? Respiré profundamente y aparté la mirada, aceptando que quizá no tuviera tanta importancia. Después, bajé cuidadosamente del bloque en el que estaba subido para tomar las fotos, y abandoné el monumento mientras seguía reflexionando sobre este loco mundo que nos ha tocado vivir, y en el parece que nada se respeta como antes.


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